Cuando elegimos la posibilidad

A veces nos pasamos la vida esperando certezas. Como si en algún momento fuera a llegar esa señal definitiva que nos diga: «es por aquí, este es el camino correcto». Y mientras esperamos, nos paralizamos. Dudamos. Nos llenamos de preguntas que no tienen respuesta. Nos quedamos en la casilla de salida, con la sensación de que aún no es el momento, de que todavía falta algo.

Pero con el tiempo vamos entendiendo que la certeza es rara. Que la mayor parte del tiempo caminamos entre dudas, entre miedos, entre lo que podría ser y lo que nunca sabremos si habría sido mejor. Y que, aun así, seguimos caminando. Nos movemos incluso sin garantías, a veces torpemente, a veces con el alma encogida, pero nos movemos.

Nos damos cuenta de que vivimos en el reino de la posibilidad. Un espacio amplio, lleno de aire, pero también de incertidumbre. Un lugar donde lo único fijo es el cambio. Allí no hay promesas firmes, pero sí margen para probar, para corregir, para improvisar. Y ese margen, aunque parezca inestable, puede ser también una forma de libertad.

Mirando hacia atrás, muchas de las decisiones que tomamos no llegaron desde la seguridad. No hubo certezas, ni señales luminosas, ni caminos despejados. Lo que hubo fue un salto de fe. Algo dentro de nosotros empujó: una intuición suave, una necesidad urgente, un impulso que no sabíamos explicar pero que sentimos inevitable. Y nos lanzamos. Y el camino, poco a poco, se fue dibujando bajo nuestros pies. Con cada paso, fue apareciendo una parte más del mapa.

Después del accidente, esa sensación se volvió más real que nunca. Ya no podía dar por hecho ni lo más sencillo. Caminar, vestirme, recordar una palabra, hacer un gesto con la mano… cada cosa cotidiana se volvió un nuevo reto. Cada día era imprevisible, frágil, distinto al anterior. Y sin embargo, en medio de esa fragilidad apareció algo inesperado: una fuerza que no venía de tener el control, sino de seguir adelante sin él. Una confianza nacida no de la lógica, sino de lo profundo. De saber que, aunque no tengamos certezas, podemos seguir eligiendo. Podemos seguir participando de la vida, incluso cuando no entendemos todas sus reglas.

Y al mismo tiempo, he ido aprendiendo algo que se aplica tanto en la rehabilitación como en la vida misma: que cuando logramos identificar pequeñas certezas, por más simples que sean, podemos usarlas como puntos de apoyo. Como piezas que encajan y desde las que es más fácil construir. En los ejercicios de rehabilitación cognitiva, por ejemplo, no se trata de lanzarse a resolver todo a ciegas. Se trata de empezar por lo que sí sabemos, por lo que ya es claro. De ahí en adelante, el resto se vuelve menos abrumador. Menos caótico. Más posible.

Y siento que eso también se puede aplicar fuera del contexto clínico. En las decisiones cotidianas, en los cambios grandes, en las conversaciones difíciles. No se trata de elegir entre certeza o posibilidad, sino de entrelazarlas. De reconocer las certezas que tenemos —aunque sean pocas—, apoyarnos en ellas, y desde ese lugar firme y abierto a la vez, animarnos a explorar lo incierto. La certeza nos da base. La posibilidad nos da vuelo.

Hoy sentimos que preferimos la posibilidad a la certeza. Porque la certeza, a veces, encierra. Congela. Hace que posterguemos lo que, en el fondo, ya sabemos. Nos hace buscar garantías donde tal vez sólo hay señales débiles, pero suficientes. La posibilidad, en cambio, nos invita a movernos. A probar. A vivir desde el presente. A confiar en que podemos corregir, cambiar, crecer.

Y si un día miramos atrás y vemos que lo que elegimos no era lo mejor, también está bien. Porque lo hicimos con lo que teníamos en ese momento. Con la información, la emoción y la energía de entonces. Porque aprendimos. Porque podemos volver a elegir. Siempre estamos a tiempo. Siempre hay margen para un nuevo comienzo.

Quizás se trata de eso: de abrirnos a lo que no sabemos. De soltar la necesidad de garantías. De caminar con el corazón abierto, aunque las piernas tiemblen un poco. De entender que el rumbo se afina en el camino. Y de recordar, una y otra vez, que mientras haya posibilidad, hay camino.

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