Atrévete a ser diferente

Siempre me he sentido un poco rebelde. Había algo dentro de mí que me empujaba a llevar la contraria, a no conformarme, a intentar demostrar , a veces sin saber a quién, que podía hacerlo distinto. Y sí, esa terquedad me abrió caminos hermosos, pero también me llevó por senderos más duros de lo necesario. No pocas veces terminé agotado, herido o con la sensación de haber luchado contra un muro que nunca iba a moverse.

Con el tiempo descubrí que detrás de esa rebeldía se escondía una necesidad profunda de ser. De no encajar en moldes estrechos. De no apagar lo que en mí parecía demasiado: demasiado fuerte, demasiado sensible, demasiado intenso, demasiado profundo. Durante años pensé que debía rebajar ese “demasiado” para no incomodar, para no sentirme fuera de lugar. Pero al hacerlo, me fui apagando a mí mismo.

Quizás por eso tantas veces busqué entenderlo todo. Como si el pensamiento pudiera ordenar las emociones. Como si poner palabras a lo que dolía bastara para sanarlo. Pero entendí, un poco tarde, que hay cosas que no se entienden: solo se sienten. Y que en mi obsesión por comprender, dejé de darme permiso para habitar lo que sentía. Dejé de sentir por querer explicar.

Luego llegó la vida con un golpe seco, de esos que no dejan opción. El ictus me obligó a detenerme, a soltar la pelea, a dejar de empujar siempre contra la corriente. Y ahí, en la quietud forzada, empecé a darme cuenta de algo: no se trata de dejar de ser rebelde, sino de elegir contra qué merece la pena rebelarse. No se trata de apagar lo que somos, sino de ponerlo al servicio de lo que realmente importa.

A veces siento que esa rebeldía sigue ahí, pero con otro rostro. Antes me movía por demostrar; ahora me mueve el deseo de seguir siendo, aun con otras formas, con otros ritmos, con otras posibilidades. Tras el ictus, hay días en los que lo más rebelde que puedo hacer es aceptar, y otros en los que lo más valiente es intentar una vez más. No se trata de negar lo que cambió, sino de atreverme a seguir siendo diferente dentro de lo que soy ahora. De no dejar que las limitaciones definan mi esencia, sino que la revelen. Porque, como me dijeron una vez, atrévete a ser diferente… y eso sigue siendo, quizás, mi mayor acto de rebeldía.

Con el tiempo, todo empieza a recolocarse. Lo accesorio pesa menos; lo esencial, más. Ya no importa tanto lo que digan, ni la prisa por demostrar, ni la necesidad de justificar cada paso. Lo que importa es quedarnos en los lugares donde podemos ser nosotros mismos sin miedo. Lo que importa es aprender a soltar lo que nos roba la paz y aferrarnos a lo simple: una conversación sincera, una caminata sin rumbo, un gesto de cariño inesperado.

Hoy me doy cuenta de que necesito pelear menos. No porque me falten fuerzas, sino porque quiero eligir dónde ponerlas. Ya no me interesa desgastarme contra lo que no cambia ni gastar energía en convencer a quien no quiere escuchar. Prefiero reservar mis fuerzas para lo que me sostiene por dentro: la calma, la gratitud, la ternura de los pequeños instantes.

Quizás lo más bonito de este recorrido sea descubrir que la rebeldía no desapareció: sigue aquí, pero se volvió más sabia. Ya no lucha por llevar la contraria, sino por defender la autenticidad. Ya no quiere derribar muros imposibles, sino abrir ventanas por donde entra la luz.

Y al final, lo que queda es sencillo: vivir con menos miedo al qué dirán, con más espacio para sentir, con menos necesidad de correr y más ganas de estar. Lo que queda es el regalo de habernos atrevido a ser, incluso si eso significa ser “demasiado” para algunos o “poco” para otros. Porque, en realidad, lo único que necesitamos es ser lo suficiente para nosotros mismos.

Eso, creo, es lo que se siente cuando dejamos de pelear y empezamos, por fin, a vivir en libertad.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio