En nuestro camino de crecimiento y autoconocimiento, las distorsiones cognitivas influyen profundamente en cómo interpretamos el mundo y, en consecuencia, cómo nos sentimos y actuamos. Estas maneras habituales de pensar erróneas pueden atrapar nuestra mente en una espiral de pensamientos disfuncionales que distorsionan la realidad y nos impiden avanzar. Reconocer estas distorsiones y aprender a cuestionarlas es clave para una transformación interna, pero no siempre tenemos este conocimiento en el momento que más lo necesitamos.
En mi caso, este entendimiento llegó más tarde, después de haber pasado por el proceso de rehabilitación que comenzó tras el ictus en marzo de 2022. Hubiera deseado saber entonces lo que sé ahora sobre las distorsiones cognitivas; seguramente me habría ahorrado muchos momentos de autocrítica y frustración. Pero ha sido solo con el tiempo las sesiones de neuropsicología y la introspección que he logrado identificar y trabajar con estas distorsiones, y quiero compartir algunas de ellas contigo, ya que sé que todos, en algún momento, enfrentamos pensamientos limitantes.
El “Todo o nada”: Esta distorsión fue una de las primeras en aparecer en mi proceso. La tendencia a ver las cosas en extremos, como si todo fuera blanco o negro, sin matices, se convirtió en una carga pesada. Pensaba: «Si no puedo volver a ser el de antes, he fracasado por completo.» Este juicio inflexible me sumía en la autoexigencia y el agotamiento emocional. Hoy comprendo que cada avance, por pequeño que sea, es una victoria. Esta perspectiva me ha permitido ser más compasivo conmigo mismo y aceptar mis imperfecciones.
La “Generalización excesiva” también se hizo presente en más de una ocasión. Momentos de recaídas o complicaciones me llevaron a pensar: “Esto siempre me pasa a mí, nunca podré recuperarme por completo.” Al cuestionar estas creencias, comprendí que una experiencia aislada no define el futuro. Cambiar esta percepción me abrió la posibilidad de que las cosas pueden mejorar, y que los momentos difíciles no son eternos.
“Etiquetar” fue otra trampa en la que caí al enfrentar mis limitaciones. Cuando no lograba hacer algo, el pensamiento “soy incapaz”, incluso “soy tonto”se instalaba en mi mente. Era fácil definirme por mis limitaciones, y cada intento fallido parecía confirmar esa etiqueta. Hoy puedo ver mis errores como parte de mi proceso, no como una definición de mi valor personal, y eso ha cambiado cómo enfrento mis desafíos.
El “filtro mental” y la tendencia a “minimizar lo positivo” también afectaron mi proceso de rehabilitación. En los días de mayor frustración, un solo momento difícil podía hacerme olvidar todos los logros previos. Practicar el equilibrio entre lo positivo y lo negativo me permite celebrar mis avances, aunque sean pequeños, y seguir adelante.
La “Magnificación y minimización” solía hacerme ver cada frustración como un obstáculo insuperable, mientras que restaba importancia a mis esfuerzos y logros. En los primeros días, cada intento fallido de mover mi mano izquierda parecía una montaña, mientras que cualquier pequeño logro lo veía como insignificante. La conciencia de este patrón ha sido crucial para darme cuenta de que mi esfuerzo cuenta, y mucho.
Otras distorsiones, como las “conclusiones arbitrarias” y el “razonamiento emocional”, también estuvieron presentes. Al sentirme desanimado, fácilmente llegaba a conclusiones como “Nunca podré recuperar mi independencia” o “No soy capaz de enfrentar esto.” Hoy entiendo que estos pensamientos son el reflejo de mi propio miedo, y que no necesariamente reflejan la realidad. Cuestionar estas creencias me ha permitido confiar más en mis capacidades.
La “pseudoresponsabilidad” y las “exigencias inflexibles” me llevaron a sentir que debía hacerlo todo perfectamente, cargando con más de lo que me correspondía. Aprender a ser más flexible y a aceptar que no tenía que enfrentar todo solo fue un alivio inmenso.
Afrontar estas distorsiones no ha sido rápido ni fácil, y ha requerido paciencia y autocompasión. Mi mano izquierda, que ahora tiene movilidad limitada, fue en algún momento el símbolo de mi frustración. Sin embargo, al cambiar mi perspectiva, he comenzado a ver esta mano no como una limitación, sino como una prueba de mi resiliencia y capacidad de adaptación.
Al identificar y trabajar con estas distorsiones, he abierto la puerta a una forma de vida más saludable y plena, en la que puedo aceptarme y avanzar. Te invito a que también te observes con compasión y cuestionamiento. Al final, en este camino de autoconocimiento, la autocomprensión y la autocompasión son nuestras mejores aliadas para una vida equilibrada y auténtica.