No era levantarme, era decidir



Muchas de las reflexiones que suelo compartir nacen desde un lugar de conciencia que he ido construyendo con el tiempo. Hablan de habilidades que he redescubierto, fortalecido o reinventado. De capacidades que creí perdidas y que, poco a poco, fui rescatando. Pero hoy quiero contar algo diferente. Quiero hablar de lo que hubo antes. Porque para llegar hasta aquí, he recorrido un camino muy duro.

Los primeros meses tras el ictus fueron devastadores. De repente, vivía en un mundo que ya no reconocía, con reglas distintas y nuevas limitaciones. La sensación era la de haber perdido todo lo que antes creía asegurado. Mi cuerpo ya no respondía como antes, y mi mente, aunque resistía, estaba invadida por la tristeza, la rabia, el miedo y una frustración constante. Me costaba reconocerme en ese nuevo escenario. Todo lo que me era familiar se había esfumado.

Recuerdo que había días en los que, en medio de esa niebla densa, me preguntaba si no habría sido más fácil que aquel episodio se hubiera llevado mi vida por delante. No porque quisiera morir, sino porque no sabía cómo vivir así. Lo decía desde un lugar oscuro, con la voz rota por dentro. No buscaba atención, ni dramatismo: era mi manera de expresar el dolor, de intentar poner en palabras una angustia que me superaba.

Con el tiempo entendí algo que entonces no era capaz de ver: ese pensamiento era también una forma de resistencia, de decir que no quería esa vida, al menos no de esa forma. Era un grito interior que necesitaba ser escuchado, primero por mí mismo.

En medio de todo eso, descubrí algo difícil de aceptar: el rol de enfermo me ofrecía una zona de confort. Me protegía del juicio, del miedo a fracasar, del vértigo de intentar y no poder. La silla de ruedas, por ejemplo, se convirtió en mi burbuja. No quería dejarla. Dentro de ella me sentía más seguro. Me aislaba del mundo exterior, pero también me aislaba de mí mismo. Me daba permiso para no avanzar, y eso, por un tiempo, me alivió. Aunque, a la vez, me apagaba.

Mi familia y mis terapeutas me animaban constantemente a dar pasos hacia la autonomía. Lo hacían con amor, con paciencia, con esperanza. Pero por más que ellos me tendieran la mano, yo no podía mover la mía. No porque no quisiera. Sino porque aún no estaba listo para soltar ese papel en el que, sin querer, me había refugiado.

Hasta que un día, en una de esas miles de conversaciones silenciosas que tenía conmigo mismo, lo comprendí de golpe: nadie podía sacarme de ahí si yo no quería salir. Por mucho que me apoyaran desde fuera, el cambio solo podía venir desde dentro. Yo era quien tenía que dar el paso. Sentirlo. Decidirlo. Y hacerlo.

Ese día fue un punto de inflexión. No cambió mi situación de inmediato, pero algo dentro de mí se activó. Me di cuenta de que los días pasaban sin pena ni gloria. No los vivía, los contaba. Y eso, para alguien que ha estado cerca de perderlo todo, es una forma silenciosa de rendirse.

Así que me propuse algo muy sencillo, pero profundamente transformador: cada día escribiría una lección aprendida y un propósito. Una frase, una idea, algo que pudiera rescatar incluso en los días más grises. Me hice ese regalo. Me tendí la mano a mí mismo desde el futuro. Me di palabras para cuando no me salieran. Me dejé pistas de que, aunque me sintiera roto, aún podía reconstruirme.

Y funcionó. No de inmediato, no de forma lineal, pero funcionó. Me reconectó con la vida desde un lugar más honesto. Más compasivo. Más real.

Hoy, con perspectiva, entiendo que ese fue el primer paso real hacia la vida que tengo ahora. No fue fácil. No fue rápido. Pero fue mío. Y si tú estás leyendo esto desde un lugar oscuro, quiero decirte algo: no estás solo. No hay una fórmula mágica, ni un camino perfecto, pero sí hay salida. Y todo comienza con ese pequeño gran gesto de decir: “No quiero seguir cayendo”.

«A veces, el mayor acto de valentía no es levantarse, sino decidir que uno ya no quiere seguir cayendo.»

2 comentarios en “No era levantarme, era decidir”

  1. Carolina González Fowler

    Gracias, Carlos, por tus reflexiones semanales!! Cada domingo las espero y las leo con gran emoción. En muchas ocasiones coinciden tus reflexiones con el momento que transito, y me animan. Gracias! Un abrazo! Carolina

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