Hay días en los que la vida parece una cinta transportadora que no pedimos. Todo pasa demasiado rápido, nosotros demasiado lento, y la sensación general es: “¿Qué narices está pasando?”. En medio de ese caos organizado (más caos que organizado, seamos sinceros), hay tres pequeños gestos que nos hacen frenar y decir: “Ey, aquí estoy. Soy yo. Y todavía respiro”.
No son milagros. Ni gurús de Instagram. Son cosas que llaman «simples». Tan “simples” que solemos ignorarlas. Pero no te dejes engañar: simples no significa fáciles.
-
Escuchar lo que sentimos.
-
Cuidar lo que pensamos.
-
Moldear lo que decimos.
-
Actuar en coherencia con todo eso (sí, esto último cuesta lo suyo).
Lo hemos aprendido como se aprenden estas cosas: a hostias suaves, pero constantes. Diciendo «sí» cuando queríamos salir corriendo. Callando verdades y vomitando tonterías. Intentando que nos entendieran cuando ni nosotros nos escuchábamos.
Escuchar lo que sentimos
Parece fácil, pero spoiler: no lo es. No hablamos de lo que “deberíamos” sentir, sino de lo que realmente está ahí. A veces alegría, otras veces una mezcla rara entre cansancio, rabia y ganas de meternos en una cueva. Y está bien. Todo eso quiere contarnos algo. Pero claro, primero hay que tener el valor de escuchar sin juzgar.
¿Cuántas veces hemos dicho «estoy bien» con cara de funeral? Disfrazamos la tristeza de sarcasmo, el miedo de hipercontrol y el enfado… bueno, el enfado lo lanzamos como un cóctel molotov. Luego nos preguntamos por qué estamos tensos. Pues eso.
Cuidar lo que pensamos
Nuestra mente no es un contenedor de residuos, aunque a veces parezca uno. Si sembramos pensamientos tóxicos, no esperemos flores. No se trata de repetir “soy un ser de luz” frente al espejo (aunque si te sirve, adelante), sino de decidir quién se queda a vivir en nuestra cabeza. ¿Ese pensamiento te cuida o te destroza? Pues ya sabes.
Un truco: cuando entres en bucle, respira y vuelve. Al cuerpo, al presente, al aquí y ahora. No todo lo que pensamos es cierto, ni merece nuestra energía.
Moldear lo que decimos
Esto aplica tanto a lo que decimos a otros como a lo que nos decimos a nosotros mismos. Porque sí, el monólogo interno importa, y mucho. A veces nos hablamos con una dureza que no le permitiríamos ni al jefe más borde.
Las palabras pueden salvar o herir. Pueden abrir puertas o cerrarlas en la cara. Y lo peor: muchas veces las usamos en automático. Hoy intentamos (al menos lo intentamos) hablar con más verdad, más calma, más sentido.
Y luego: actuar
Sí, todo muy bonito hasta que toca moverse. Pero si solo sentimos y pensamos sin actuar, es como tener una receta sin cocinar nada. A veces actuar es decir «no» sin sentirte culpable. A veces es tener el coraje de decir “quiero esto”. Y a veces, simplemente, es quedarte en paz sin hacer nada. Sí, descansar también cuenta como acto revolucionario.
Yo he aprendido a no saltar a la primera emoción. Me doy espacio. Me pregunto qué siento de verdad. Qué pienso de verdad. Y luego, con un poco de suerte y bastante ensayo-error, actúo. No siempre sale perfecto, pero cuando lo consigo… se siente bien. Se siente mío.
Una amiga me dijo hace poco: “Te noto en paz con tu ritmo”. Y fue un piropo inesperado. No porque todo esté resuelto, sino porque por fin dejé de correr para demostrar cosas. Ahora prefiero caminar más lento, pero más honesto.
Al final…
Vivir despiertos no es tener la vida resuelta. Es simplemente atreverse a mirar de frente. Hacernos cargo. Equivocarnos. Escuchar. Cuidar. Moldear. Actuar. Y repetir.
La perfección no existe. Pero la conciencia sí. Y vivir desde ahí… ya cambia todo.