Primero el caos, luego el sentido



A veces atravesamos etapas en las que todo parece un lío. Los días se vuelven confusos, lo que antes tenía sentido deja de tenerlo, y nos cuesta encontrarle un propósito a lo que estamos viviendo. Nos preguntamos por qué nos pasa esto, por qué ahora, por qué así. Sentimos que no encajamos en nuestra propia vida, como si nos hubieran cambiado el guion sin avisarnos.

Y es que no todo se puede entender desde el principio.

Hay momentos que solo cobran sentido cuando ya han pasado. Hay situaciones que, mientras las estamos atravesando, no podemos comprender del todo. Es como mirar un cuadro desde demasiado cerca: solo vemos manchas y pinceladas sueltas, sin poder distinguir la imagen completa.

Nos han enseñado que debemos tener claridad, que todo debe tener una razón, una lógica. Pero la vida no siempre es así. Hay procesos que necesitan desarrollarse en la oscuridad, como las raíces que crecen bajo tierra antes de que brote el tallo. Hay decisiones que solo podemos valorar cuando ya han dado su fruto, aunque mientras tanto nos generen miedo, duda o incluso rechazo.

Y cuando estamos ahí, en medio de la confusión, el deseo de huir aparece con fuerza. Queremos salir corriendo, cambiarlo todo, o al menos entender qué sentido tiene para tranquilizarnos un poco. Pero muchas veces no hay respuestas inmediatas. Solo preguntas que siguen abiertas, emociones que incomodan, incertidumbre que duele.

Lo difícil es quedarnos ahí sin rompernos. Lo difícil es no buscar una salida rápida, no forzar una explicación, no tapar lo que duele. Lo difícil es sostenernos en medio del caos y confiar —aunque sea un poco— en que más adelante aparecerá el hilo que lo hilvane todo.

No siempre lo conseguimos. A veces nos derrumbamos, dudamos de todo, perdemos la fe incluso en nosotros mismos. Y está bien. Porque también eso forma parte del camino.

Hay algo profundo en permitirnos vivir la experiencia sin necesidad de entenderla del todo. En abrirnos a lo que llega sin exigirle un sentido inmediato. En aceptar que estamos caminando por un terreno que todavía no se ha dibujado en el mapa.

Con el tiempo, muchas cosas que antes nos parecían absurdas empiezan a encajar. Nos damos cuenta de que aquella conversación, aquella pérdida, aquel giro inesperado, nos preparó para algo que vendría después. Empezamos a ver que lo que parecía caos era, en realidad, un proceso de reorganización. Que lo que dolía estaba abriendo espacio. Que lo que parecía un final era el comienzo de otra etapa.

Y no es que todo tenga un sentido mágico o perfecto. A veces el sentido aparece porque lo construimos nosotros con lo que hacemos después. Con cómo nos transformamos. Con la forma en que elegimos mirar lo vivido.

Quizá por eso es importante recordar que esto también pasará. Que no siempre nos vamos a sentir así. Que el momento que hoy nos duele puede convertirse, más adelante, en una fuente de sabiduría o en una página superada que ya no pesa.

Nos pasa a todos. Y aunque cada historia es distinta, todos conocemos la sensación de estar perdidos, de no ver salida, de no entender. Lo compartimos, aunque a veces lo vivamos en silencio.

Y tal vez, si podemos hablarnos con ternura en esos momentos, si podemos sostenernos sin exigirnos certezas, si podemos recordar que no estamos solos en el caos, algo empieza a aliviarse.

Así que sí: lo que hoy parece caótico, en unos meses puede tener sentido. Pero para que eso ocurra, tenemos que permitirnos vivirlo. Con todos sus matices. Con todos sus silencios. Con todas sus sombras.

No es fácil. Pero es posible.

Y cuando miremos atrás, quizá descubramos que no estábamos tan perdidos como creíamos. Que, de alguna forma, estábamos en camino.

 

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