Tenemos una historia de amor con la autoexigencia. No es la más amable ni la más sana, pero ha sido, durante mucho tiempo, nuestra manera de funcionar. Hemos aprendido a movernos desde ahí: haciendo, resolviendo, manteniéndonos en marcha aunque por dentro estuviésemos agotados. Como si nuestro valor estuviera en todo lo que logramos. Como si descansar fuera rendirse.
Y sin embargo, ahora estamos aquí. En un lugar nuevo, confuso, donde no pasa nada concreto pero sentimos que algo importante está ocurriendo. No estamos ya en lo de antes, pero tampoco hemos llegado a lo que viene. Es una especie de transición, un espacio suspendido. Una temporada sin nombre claro.
Este lugar nos incomoda. Nos saca de lo conocido. No hay dirección ni velocidad. Solo este presente en pausa, en el que todo parece detenerse por fuera mientras por dentro todo se remueve. Nos cuesta mucho sostenernos ahí, sin plan, sin certezas, sin el refugio de la productividad. Y entonces, como un viejo reflejo, vuelve la exigencia.
Nos pregunta por qué no hacemos más. Nos recuerda todo lo que no está resuelto. Nos empuja a actuar, a entender, a avanzar. Y cuando no podemos hacerlo, nos juzga. Nos dice que algo va mal. Que deberíamos sentirnos distintos. Que deberíamos tenerlo claro ya.
Pero no lo tenemos. Porque estamos en medio de una transformación. Y las transformaciones verdaderas no se apuran. No se controlan. No se explican bien mientras suceden. Solo se atraviesan.
Crecer también duele. Lo sabíamos de pequeños, cuando nos dolían las piernas y alguien nos decía: “estás creciendo”. Ahora comprendemos mejor lo que significa eso. Expandirse implica romper límites. Dejar atrás formas conocidas. Sostener el vértigo de lo nuevo. Habitar un cuerpo emocional que se está reconfigurando sin mapa.
Y claro que duele. Porque no se trata solo de avanzar. A veces se trata de sostenerse en el medio del no saber. De convivir con el desorden interno. De aceptar que, por un tiempo, no hay nada brillante que mostrar. Solo este proceso invisible, íntimo, que pide tiempo y espacio.
Pero incluso en medio de esa niebla, podemos elegir cómo tratarnos. Podríamos empujarnos más, exigirnos claridad, forzarnos a “estar bien”. O podríamos probar algo distinto: ofrecernos ternura.
Ternura para permitirnos estar cansados. Para no tener respuestas. Para no rendir como siempre. Para simplemente acompañarnos, como lo haríamos con alguien a quien queremos de verdad.
Una caja cada vez. Un pensamiento cada vez. Un día cada vez. Sin prisas, sin metas que nos ahoguen. Solo la intención de sostenernos con dignidad, aunque sea con las fuerzas justas.
Y en ese gesto humilde, empieza a disolverse algo antiguo. Esa armadura que construimos para protegernos —la que nos hizo fuertes, sí, pero también rígidos— empieza a aflojar. Empieza a caer. Porque ya no la necesitamos igual.
Desde esa desnudez, desde esa humanidad sin adornos, empieza a nacer otra forma de estar. Una forma más real. Más en paz. Que no depende de lo que hacemos, sino de cómo nos habitamos.
Y entonces, este vacío ya no se siente tan vacío. Porque empieza a llenarse de algo más nuestro. De lo que somos ahora: con nuestras dudas, con nuestra fragilidad, con nuestras ganas nuevas que todavía no tienen nombre. Se llena de presencia, de calma, de una ternura que hemos aprendido a construir cuando ya no sabíamos por dónde seguir.
Quizás nadie lo note desde fuera. No habrá medallas, ni grandes gestos. Pero dentro de nosotros está ocurriendo algo importante: estamos aprendiendo a vivirnos con más suavidad. A dejarnos espacio. A no exigirnos ser de otra manera.
Y eso, aunque no lo parezca, es un acto inmenso de amor propio.
Hola Carlos.
Gracias por compartir tu interior. Gracias porque al leerte me remueve, me siento menos sólo, de un modo poco ilógico, porque no quiero entrar a analizar tu texto de modo lógico, sino sólo sentirlo. Me he sentido identificado en tus sentimientos y eso de algún modo reconforta y acompaña.
Sólo quería aprovechar la ocasión para agradecértelo, y que sepas que tus reflexiones me son de ayuda, igual que seguro que lo serán para muchos. GRACIAS.🥰
Hola Alberto,
Gracias por este mensaje tan honesto y sentido.
Me emociona saber que, al compartir lo que me pasa por dentro, también se genera ese espacio donde otros se sienten menos solos. A veces no necesitamos entender, solo sentirnos acompañados, como tú dices, sin análisis ni explicaciones. Simplemente estar.
Para mí también es reconfortante saber que mis palabras llegan así, sin filtro, y encuentran eco en personas como tú.
Gracias por abrirte y por leerme con el corazón.
Un abrazo grande,
Fantástico y aleccionador querido Carlos, como siempre.
A todos, de una u otra forma, nos llega el momento en que la vida, nuestra vida,se transforma.
Y efectivamente hay que aprender a vivir con esa transformación, esa nueva forma de vivir y con este escrito tuyo me has enseñado como hacerlo de la mejor forma posible , con el amor propio.
Genial como siempre!
Gracias por tus aportaciones a un mejor vivir.
Un abrazo 🤗
Gracias Pepa de corazón por tus palabras. Me alegra profundamente que este texto haya resonado contigo. Es verdad que todos, antes o después, atravesamos esos espacios de cambio silencioso, donde parece que no pasa nada y, sin embargo, por dentro se mueve todo.
Es hermoso saber que estas reflexiones también te acompañan en tu proceso. Al final, escribirlas es mi manera de sostenerme… y saber que también ayudan a otros le da un sentido aún más grande.
Te mando un abrazo lleno de esa ternura que tanto necesitamos en los tiempos de transición.
Gracias por estar siempre al otro lado.